Tras las inundaciones registradas desde ayer en las ciudades de Buenos Aires, La Plata y alrededores, nuestros medios de comunicación les prestan especial atención a la progresiva cantidad de víctimas fatales, a la indignación de la ciudadanía y al cruce de acusaciones entre funcionarios públicos. Pero a diferencia de sus antecesoras, esta cobertura le dedica un espacio acotadísimo -por no escribir imperceptible- a la opinión de los expertos en planificación urbana.
Uno de los entendidos en la materia es Antonio Elio Brailovsky que en 2010 publicó la primera edición de Buenos Aires, ciudad inundable. En este libro de título elocuente, el licenciado en enconomía política sostiene, tras repasar la historia de urbanización de la Reina del Plata, que las (recurrentes) inundaciones porteñas se originan en un “proceso de lenta construcción social” cuyas principales variables son el lucro inmobiliario desmedido, la soberbia tecnológica y la incompetencia o corrupción política.
En este artículo aparecido en Clarín hace más de dos años, Brailovsky critica la expresión “desastre natural” para referirse a una inundación o terremoto. En todo caso prefiere hablar de “desastre ambiental” puesto que las causas son artificiales (dicho sea de paso, la distinción viene bien para corregir la referencia del jefe de Gobierno Mauricio Macri a la ”catástrofe climática“).
“La crecida de un río es algo que ocurre periódicamente, sin ninguna consecuencia, salvo que hayamos cometido la irresponsabilidad de urbanizar las zonas ocupadas por el río cuando desborda”, explica el académico. En cuanto a la problemática porteña, se remonta a la época del intendente Antonio Crespo que -al autorizar el loteo de las tierras del barrio bautizado con su apellido- habilitó la construcción de miles de viviendas en terrenos bajo cota de inundación. De este modo, sentó un precedente lamentable.
De hecho, la secuencia que Crespo inauguró sobre el Maldonado se repite sobre los demás arroyos de la Ciudad y del conurbano, prosigue Brailovsky. “Primero se autoriza el loteo de zonas no aptas para vivienda: las márgenes de los arroyos Maldonado, Vega, Medrano, Cildañez, Riachuelo, etcétera. Después, atendiendo al reclamo de los afectados, se hace el negocio de la obra salvadora: rectificación del Riachuelo, entubamiento de varios arroyos”.
También vale la pena leer la entrevista que este mismo especialista le concedió meses atrás al periódico El Barrio de Villa Pueyrredón. Su pronóstico resulta bastante desesperanzador: “Cada vez que se hace una obra, la inundación cambia de lugar por la pendiente, y el agua se va para otro lado. La mayor parte de las obras están destinadas al fracaso”.
Brailovsky también advierte que ni la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni los municipios del conurbano han tenido siquiera la intención de restringir el asentamiento de poblaciones en zonas de riesgo. Por eso hay cientos de miles de personas en zonas inundables, realidad que “no es responsabilidad del gobierno actual ni del anterior, sino de todos los gobiernos del siglo XIX y del criterio que tuvieron para expandir la ciudad”.
A propósito de las inundaciones registradas en noviembre pasado, Página/12 contactó para este recuadro a los arquitectos Osvaldo Guerrica Echevarría y Rodolfo Livingston que coincidieron en observar que “la única manera de evitar las inundaciones es rever el modo en que se construye cada día la ciudad”. Con esta idea en mente, los profesionales enumeraron una serie de factores ignorados por las promesas mágicas en boca de nuestros gobernantes.
A continuación, los principales…
La visión de que la naturaleza está para ser dominada llevó a meter el agua en un caño. A los ríos no les gusta que los sometan de esta manera, en parte porque sus cauces distan de ser uniformes. Ese error cometido con el arroyo Maldonado se repite con el arroyo Vega y todos los otros de la ciudad.
Debe preverse el crecimiento de los cauces y la posibilidad de respetarlos. Hay que evaluar el modo de aprovecharlos en lugar de querer domesticarlos.
La profusión permanente de construcciones juega un rol fundamental. El pozo necesario para la elevación de una torre usualmente se impermeabiliza, cosa que evita el natural escurrimiento. Se trata de veinte, treinta, cuarenta metros impermeabilizados hacia abajo. Cuanto más alta es la torre, más profundo es el pozo donde está metida y más impermeable -por lo tanto más inundable- deviene el terreno en cuestión.
La ciudad tiene una capa impermeabilizadora, que es el cemento. El hecho de que todo el piso urbano sea impermeable facilita las inundaciones. Antes los adoquines permitían escurrir parte del agua; en cambio las sucesivas capas asfálticas aplicadas una sobre otra subieron el nivel de la calzada y ahora, cuando llueve mucho, favorecen el ingreso de agua en las casas.
Este informe del Instituto Nacional del Agua señala la existencia de “alternativas no estructurales que pueden contribuir a la disminución de la cota de inundación sin necesidad de realizar grandes inversiones”. Básicamente sugiere la aplicación de Sistemas Urbanos de Diseños Sustentable (BMP´s en sigla inglesa) que propone “reproducir, de la manera más fiel posible, el ciclo hidrológico natural previo a la urbanización o actuación humana”.
Quizás sea hora de que nuestros gobiernos empiecen a prestarle atención a este tipo de soluciones ecológicas y conservacionistas. Nuestros medios de comunicación podrían colaborar en términos de difusión.
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